miércoles

Amistad

Miguel era un niño alegre, simpático y educado; bueno, tan educado como se podía ser en la época que vivimos, quizá algo más. Ayudaba a la señora Matilde con las bolsas de la compra siempre que la veía subir las escaleras hasta el quinto. No cruzaba casi nunca los semáforos en rojo. Todavía se sonrojaba cuando un adulto lo pillaba en una travesura. Respetaba a sus padres y maestros. Defendía hasta donde podía a los más pequeños en el colegio. Una rara especie en peligro de extinción.

Una tarde Miguel recogió lápices y libros tan rápido como pudo. Salió corriendo por la puerta en cuanto sonó el timbre. Sin decir adiós. Incluso olvidó la bufanda en la percha. Su maestro, Don Antonio, se extrañó de que tan siquiera se despidiera, con lo cariñoso y educado que era “Migue”, el mejor alumno de quinto de primaria del colegio concertado Virgen de las Angustias. Claro, no sabía que Miguel había quedado con Rafa y Tomi, repetidores de segundo de ESO, para que le enseñaran el último juego de la consola PS, “Total Black Damon III”. Miguel quedó muy decepcionado en navidades, cuando sus padres le regalaron un juego de química en vez de la pequeña consola y llevaba ahorrando desde entonces para poder comprarla; escasos veinte euros le separaban de ella.

Atravesó el paso de cebra al trote, no sin antes llevarse una sonora pitada de un furgón de reparto que frenó bruscamente. Dobló la esquina a toda prisa y, sin parar de correr, cogió la cuesta del Horno de camino a la vieja casa del marqués, un bloque de cuatro pisos que quedó en cimientos, suelo y poco más al arruinarse Julián Góngora hacía más de treinta años.

—¿Dónde irás con tantas prisas Miguelito?—dijo Doña Josefa, la panadera, dejando de barrer la acera y colocando sus brazos en los costados cual jarrón de alguna olvidada dinastía china.

—Con los amigos, Doñafefa—respondió Miguel encajando los dientes al sentir que perdía el resuello.

—Ten cuidado, no vayas a caerte.

—Sí señora—dijo Miguel acelerando la carrera tanto como sus pulmones le permitían y un poquito más.

Nada más entrar en el callejón vio a Tomi, sonriente, saludarle con la mano abierta desde un saliente del segundo piso. Seguro que se había fugado y llevaba toda la mañana jugando con Rafa. Al entrar, como estaban las ventanas tapiadas y tan solo alguna rajita dejaba el paso de la luz, quedó cegado y avanzó a tientas con las manos adelantadas, un pequeño sonámbulo a la una del mediodía. Sintió un golpe fuerte en la espalda y cayó de bruces. Casi no notó el segundo golpe en la cabeza con el que perdió el conocimiento.

Despertó confundido. Tenía un fuerte dolor en la nuca que palpitaba de forma extraña, daba la sensación de que la cabeza le iba a explotar en cualquier momento. Tenía la boca seca y pastosa con un cierto sabor metálico. Era insoportable el dolor de las costillas, pero lo peor era que el ano le dolía espantosamente, lo sentía mojado y escocido. Lo más extraño es que estaba atado a una columna, con los pantalones bajados.

—Mira, ya despierta—dijo Rafa.

—Sí. Será mejor que le expliquemos lo que ha pasado—respondió Tomi.

—Migue, verás, resulta que Tomi y yo hemos visto unos videos en los que enseñaban como follar. Queríamos probar y se nos ocurrió que contigo sería más fácil.

—Por favor, soltadme. Estoy mareado, me duele mucho la cabeza ¿Qué me habéis hecho?

—Rafa te lo estaba explicando. Cállate y escucha. Simplemente te hemos metido nuestras pichas en el culo y nos hemos corrido. Si te portas bien y prometes guardarnos el secreto te soltaremos más tarde ¿Lo has entendido?

—¿Por qué?

—¿Has entendido lo que te hemos dicho? Si no escuchas no te soltaremos.

—Sí, sí, lo entiendo. Soltadme ya. Tengo miedo.

—Ahora nos vamos a ir—dijo Rafa— después de comer volveremos. Tendrás tiempo para pensar. Cuando volvamos si juras no contarle a nadie lo que ha pasado aquí te soltaremos. Incluso podrás jugar un rato a la PS.

—Adiós Migue.

—Por favor no me dejéis aquí. Ayudadme. Estoy mareado. Por favor. Por favor.

—Hasta luego.

—Por favor. ¡SOCORRO! ¡Que alguien me ayude! Por favor. Por favor. Tengo…miedo.

Pero Rafa y Tomi ya se habían ido y nadie oía a Miguel. Se quedo sólo, dolorido, asustado, pero sobre todo confundido. No entendía como sus amigos, sus mejores amigos, le habían hecho esto. El siempre les había dejado sus cosas. Incluso les prestaba sus cuentos antes de leerlos el mismo; ni siquiera le importaba que a veces se los devolvieran rotos o sucios. Les daba el dinero de la merienda para que compraran ese apestoso tabaco que tanto les gustaba. Incluso les ayudaba con los deberes a pesar de estar en un curso inferior. ¿Por qué sus amigos le habían hecho eso?

Miguel nunca lo supo. Al ratito de irse sus amigos, empezó a llover con fuerza. No paró en toda la tarde y no fue hasta bien entrada la noche cuando clareó. Para esa hora Tomi y Rafa ya estaban en sus casas, cenando con sus familias. A pesar del remordimiento, ninguno tuvo el coraje de avisar a sus angustiados padres o siquiera hacer una llamada anónima a la policía. Mientras el pobre Miguel se había ido desangrando por la herida de la cabeza. Entre tiritones de frío y lágrimas de miedo el pobre Miguel murió en la amarga y oscura soledad. Su último pensamiento consciente fue un simple ¿por qué?

Epílogo

Los culpables fueron descubiertos y detenidos. Tres años de reformatorio para Rafa, cinco para Tomi. Leve castigo para semejante villanía. El colegio concertado Virgen de las Angustias cerró sus puertas al día siguiente en señal de luto. Al entierro acudió todo el pueblo, un pequeño féretro blanco iba en volandas entre las lágrimas de las mujeres y los aplausos a los padres. En pocas semanas el único recuerdo que quedaba de Miguel era una lápida en el cementerio, el pupitre vacío en su aula y la tristeza en la cara de sus padres.



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