sábado

MOSCONES

¡Que calor más espantoso hacía!, eran las cuatro de la tarde y todavía me quedaban cuatro horas de trabajo en la oficina. La tarde se presentaba animada, estabamos ya a seis de Junio y no había terminado aun las facturas de ventas. Además, hoy teníamos la reunión de todos los meses con la dirección, no menos de una hora oyendo estadísticas de producción y aplaudiendo medidas correctoras, electrizante.

Encendí el ordenador y directamente comencé un excitante solitario. Enseguida una mosquita veloz y tenaz se dispuso a revolotear entre la pantalla y yo, posándose donde le placía, ora entre el rey de corazones y el cuatro de picas, ora en la mano que sujetaba el ratón, incluso en mi sensible y desprotegido cogote. Tras darme cuatro o cinco bofetadas esquivadas diestramente por el insecto, la vi apoyarse suavemente en el centro de la mesa y empezar con cierta fruición a limpiarse sus patitas. Con un movimiento ágil, a base de años de intentos infructuosos, cogí el periódico, lo doble para darle mayor consistencia y de un fuerte golpe convertí al díptero en una mancha rojiza y aplanada.

Tres solitarios mas tarde y cuando me encontraba en mi mejor ánimo facturador, el viento abrió la puerta y dos moscones verdosos y repugnantes entraron con un suave zumbido. Mientras planeaban majestuosos por toda la habitación me armé de mi sangriento diario y les di caza sin piedad en menos de cinco minutos. Agarré escoba y recogedor e hice rápidamente limpieza del campo de batalla.

Al cabo de una hora, entró un cliente un tanto huraño y de mal talante reclamando no se que factura, asegurando que hacía más de un año que la había pagado y exigiendo de forma nada amable una copia de la misma. Abrí mis archivos y comprobé que ya estaba mandada por correo hacía al menos dos semanas. Como no le convenció mi explicación, no me quedó más remedio que hacer una fotocopia y entregársela. Cuando se marchaba, prometió no volver más a trabajar con nosotros, cosa que yo sinceramente agradecí. Esto fue el colmo, toda la tarde perdida por moscas y moscones, ¿cómo quiere el señor Sánchez que trabaje en estas condiciones?.

Conforme me disponía triste y abatido a apagar el pecé, entró por la ventana una mosca enorme, del tamaño de un gorrión o quizás mayor, no puedo imaginar como se mantenía en el aire pero ella parecía tener claro que yo era el blanco de sus iras. Entré en pánico y salí huyendo, cerré de un portazo con la mala suerte de atrapar el moscardo en la gatera, mientras corría vi como moribunda aleteaba débilmente, mitad dentro, mitad fuera y me pareció oír un llantito quedo y amargo.

Fue nada más cruzar la calle, un zumbido fuerte, casi atronador surgió desde atrás, a mi espalda y sentí como algo grande y oscuro se acercaba a mí vertiginosamente, más rápido de lo que yo era capaz de correr. Entré sin mirar en un callejón y vi desolado que no tenía salida. Me metí raudo en un gran contenedor de basura y cerré la puerta con el tiempo justo de ver unos ojos multicefálicos, grandes como balones de fútbol mirarme rabiosamente.

Ahora vivo aquí dentro, ya llevo más de un año sin salir, he aprendido a saborear los más repugnantes manjares, sigo oyendo el moscón ahí fuera, en la calle, no tengo miedo, he encontrado unos barrotes oxidados y los he afilado con una pequeña caja de cerillas usada, si entra sabré defenderme. Aunque, no se, quizá sea mejor no matarlo, ¿quién sabe qué horror vendrá a vengarlo?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario